Lo que iba a ser nuestro último camping se convirtió en noche de gimnasio, durmiendo en un colchón de espuma comido por los ratones. Las palabras colchón y ratones no suenan muy bien juntas, pero la verdad es que pudimos descansar, levantándonos completamente frescos.

Llegaba el momento más temido de todos los viajes, el día de organizar mochilas o maletas. Siempre es duro, pero en esta ocasión más si cabe. No ha sido un viaje de placer al uso, ni una simple aventura, que también. Han sido casi tres semanas de aprendizaje, de situaciones que nos quedarán marcadas para el resto de la vida. Las anécdotas e historias que nos han marcado nos acompañan durante las primeras horas del día. Riéndonos y hablando quizás demasiado, como para evitar afrontar la realidad de que tristemente tenemos que dejar todo esto y volver a casa.

La carretera por la que circulamos, se llama Trans-Kalahari, es una gigantesca recta de más de 300 kilómetros que atraviesa el desierto de noroeste a sureste. No podemos ver nada más que maleza y bosque bajo. De vez en cuando nos encontramos algún camino de tierra que termina en la carretera principal. Cuando los veo, me entran unas ganas enormes de girar, entrar y hacer kilómetros hasta encontrarme con algún poblado de Bosquimanos o habitantes de estas zonas. Si volviera a organizar el viaje, trataría de priorizar más las experiencias sociales, compartiendo más tiempo con los Himbas, en aldeas o con los bosquimanos que recorriendo tantos kilómetros para visitar Parques Nacionales. La próxima vez, así lo haré…

Regalando Sonrisas

Vamos continuamente fijándonos a ambos lados de la carretera, pero no encontramos ningún poblado en el que parar para dejarles todo: ropa, esterillas, sacos de dormir, comida, etc. Desde un principio esa fue nuestra idea. Es lo mínimo que podemos hacer, ayudar a un par de familias que realmente lo necesiten más que nosotros.

La distancia con la frontera de Sudáfrica era cada vez más pequeña, pero los poblados alrededor de la carretera no aparecían por ningún lado. Empezabamos a pensar que haríamos con todo el material en caso de llegar a Sudáfrica. Era un problema añadido, porque esta acción nos llevaría un tiempo ya organizado para otras cosas, y sobre todo no queríamos tirarlo o regalarlo al alguien que realmente no lo necesitara tanto. Finalmente, cuando ya estábamos bastante cerca de la frontera, pudimos ver a 3 niños correr entre un par de cabañas de madera y paja…

Día 20 por Sur África de Ghanzi a Zeerust

Paramos los coches en el arcén para acercamos a un cierre metálico que hacía las funciones de puerta de entrada. Allí, cuatro hombres con siete u ocho niños nos miraron con cara de desconfianza y misterio. Uno de ellos se acercó y le preguntamos si hablaba inglés. Sus palabras en un idioma totalmente desconocido para nosotros nos respondían a la pregunta.

Como una imagen vale más que mil palabras, me acerqué al coche, cogí un par de camisetas y se las enseñé levantando la mano. En cuestión de apenas un par de segundos, tenía a los cuatro adultos a mi lado, con los ojos muy abiertos, decían que si con la cabeza tantas veces como yo metía y sacaba la mano de mi bolso de viaje.

A cada pieza de ropa que yo sacaba del bolso, los cuatro le echaban la mano para cogerla. Tuve que intermediar entre ellos, para repartir de la forma más equitativa posible todo el material. Cuando les enseñé mi saco de dormir, abrí la cremallera para explicarles cuál era su función. No me hizo falta decir nada, porque uno de los hombres pronunció en un perfecto inglés la palabra sleep. 

Tras el reparto de ropa entre los adultos, me pasé al bando de los niños con los juguetes y los libros para colorear que llevaba. Estaban arrodillados en el suelo, con los brazos llenos de ropa que les habían dado David y Fran. Con los ojos brillantes, llenos de curiosidad, no perdían detalle de lo que yo sacaba de una bolsa de plástico que dejé en el suelo. Tardé no más de diez segundos en volver del coche, pero la bolsa estaba vacía la bolsa estaba totalmente vacía. Los pequeños tenían todos los muñecos repartidos en sus manos.

Les enseñé un libro de colorear. Con un bolígrafo escribí mi nombre. Les pedí que también escribieran el suyo, y el resultado fue sorprendente. En esa familia se llaman unos a otros por iniciales: El más mayor se llamaba T, otro C, los dos más pequeños no sabían escribir, pero uno de ellos se llamaba K.

Depués de repartir todo el material, nos sacamos una foto con ellos, con la tristeza de no tener ningún tipo de posibilidad de hacérsela llegar desde España. Antes de marcharnos, intentamos preguntar porqué no se encontraban las mujeres en el pueblo; malamente supusimos por las explicaciones que se encontraban ejerciendo algún tipo trabajo, regresando por la noche.

Ver la felicidad de los niños y los adultos cuando abría el bolso para mostrarles la ropa. La forma de decirnos adiós con una mano, mientras en la otra tenían los paquetes de comida o ropa. Todo eso compensa cualquier situación, incomodidad o desgracia que nos haya podido pasar desde que salimos de España hace ya veinte días. Sin lugar a dudas, el ultimo día nos tenía guardada una inolvidable sorpresa.

Gracias por todo Botswana

Hicimos nuestra última parada de Botswana en la ciudad de Lobatse, que se encuentra muy próxima a la frontera con Sudáfrica. Preguntamos en una gasolinera si podíamos pagar con tarjeta ya que se nos habían terminado las Pulas, y la gasolina en Sudáfrica era mucho más cara. Cuando ya teníamos los coches cargados, nos dicen que el lector de tarjetas no funciona y que sólo le podemos pagar con efectivo. ¡Otra vez nos ha vuelto a pasar!

Tras unas veinte pruebas y más de quince minutos de discusión, consiguieron cargarnos en la tarjeta el importe de la gasolina. Cruzamos los dedos para que al llegar a casa tengamos únicamente un cargo en la cuenta, no los diecinueve intentos anteriores !!

Llegamos a nuestra última frontera, la cual pasamos sin problema, en apenas diez minutos. Una vez dentro de Sudáfrica, el paisaje verde vuelve a acompañarnos. Las chabolas, la gente en los arcenes, el desorden y la suciedad invaden los márgenes de las carreteras. Es increíble el cambio de escenario en apenas unos pocos kilómetros. Podemos decir sin ningún tipo de reparo que Botswana ha sido la gran sorpresa de este viaje. Estando mucho más avanzada en líneas generales que cualquiera de sus países vecinos.

Primera cena decente en semanas

De camino a Zeerust, donde pasaremos nuestra última noche, nos tuvimos que desviar de la carretera principal para circular por una carretera secundaria. Hemos vuelto a rescatar el GPS pero ni así, aparentemente circulamos por el medio de la nada. Por suerte, un hombre con un muy buen coche (Porsche Carrera descapotable), nos indicó en un escaso español que lo siguiéramos hasta la carretera general otra vez. 

Recorrimos pueblos durante más de cincuenta kilómetros, llegamos otra vez a la carretera general y con por fin encontramos Zeerust. Nuestro mayor problema era encontrar una pista de tierra que nos llevaría al alojamiento. Al final, tras dar mil vueltas más e incluso subirme a un camión para preguntarle a su conductor. Encontramos por casualidad un pequeño cartel que indicaba que estábamos a sólo dos kilómetros girando a la izquierda.

Nuestra última noche iba a ser una agradable la sorpresa. Un complejo de pequeñas casas, todas de piedra y con el techo de paja, rodeadas de senderos y vegetación. En el centro, una casa muy grande, a la que casi no se le veía el final, que hacía las veces de recepción, vivienda de la dueña y comedor.

Nos estaban esperando porque éramos los únicos huéspedes. La cena nos la sirvió la propia dueña en el salón/comedor de su casa y todos nos quedamos muy sorprendidos con la decoración: Infinidad de detalles africanos, todos muy bien colocados, con un muy buen gusto y orden. La casa es muy grande, en su mayor parte de una sola altura, pero con techos de paja a más de 4 metros de alto.

Cenamos sopa de naranja con curry, una pequeña ensalada. De segundo plato, pollo con puré de espinacas y patatas cocidas. 

Quizás fuera el hambre de tres semanas cenando muchos días arroz o pasta con tomate, pero la mezcla de sabores de esa cena será difícil de olvidar. Nos dimos un pequeño capricho para celebrar nuestra última noche, abrimos una botella de vino tinto Sudafricano..

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