Nuestro primer encuentro fue en Madrid. Yo volaba desde Vigo y el resto hacían el viaje en autobús desde Logroño. Un amigo de Cristian nos dejó dormir en su casa, pero el pobre hombre no se imaginaba lo que se le venía encima cuando nos abrió la puerta. Una cantidad ingente de bultos por todas las esquinas: mochilas, tiendas de campaña, sacos, etc.
Ya en el aeropuerto, tuvimos que pedirle a la chica de facturación que nos enlazara los vuelos, porque desde la agencia no lo habían solicitado. Aun así, tendríamos que recoger todo el equipaje en Boston y depositarlo en otras cintas, pero no volver a facturar. Por suerte quedó todo solucionado a golpe de ratón.
En ese vuelo había overbooking, pero ninguno se quedó en tierra. Eso sí, nos pasamos el viaje los ocho sentados cada uno en un sitio diferente. La duración del vuelo Madrid – Boston son aproximadamente ocho horas, pero comiendo, viendo películas o echando una cabezada, se pasa bastante rápido. A la llegada a Boston, como no podía ser de otra manera, tuvimos la primera sorpresa: Pasamos todos el control de pasaportes, con su consiguiente sello, las preguntas de rigor, las huellas dactilares, etc, hasta que Javi nos dice que a él no tiene ningún sello…
Cuando inmigración te señala…
Al parecer, hubo una falta de comunicación entre su inglés y el de la policía que estaba en la ventanilla. Le marcó con una gran línea roja el papel de inmigración. Cuando fue a preguntar el porqué de esa línea, lo invitaron a entrar en un cuarto con otros policías. Nos repartimos en dos grupos: Jorge y Tamara fueron a hacerle compañia a Javi, mientras el resto esperábamos por las maletas en la cinta.
Después de casi media hora de espera y varias preguntas, a Javi le sellaron el pasaporte. Nos pusimos a la cola para pasar el control de aduana, donde tienes que reconocer tu maleta. Después de señala cual es la tuya, el policia la abre para ver si se corresponde lo que va dentro con lo que se declara. Ante la cantidad de bultos, y que ibamos los 8 juntos, la policia prefirió no arriesgarse. Nos dejó pasar a todos a la vez, con cara de decir: Salid de aquí ahora mismo. La entendimos perfectamente, porque nos fuimos a toda velocidad para llegar a tiempo al enlace con el vuelo de Nueva York.
… pero todo queda en un susto.
El avión del segundo vuelo fue en el avión más pequeño en el que yo he estado nunca. Un modelo Embraer con capacidad máxima de 39 personas. Parecía más un jet privado que un avión comercial. De hecho, el único tripulante de cabina que nos acompañaba era un chico negro, alto. El pobre tenía que agachar la cabeza para no ir tropezando con el techo.
Una vez aterrizados en el famoso aeropuerto JFK, pasamos sin ningún tipo de inconveniente, ya que llegábamos en un vuelo nacional desde Boston. Nos dirigimos a la cinta esperando por las maletas. Aparecieron unas cuantas, pero el resto, las más importantes contiendas, sacos o alguna con ropa, desaparecieron del mapa. Estuvimos esperando media hora o más hasta que al final preguntamos en la oficina de la aerolínea que es lo que había pasado. La respuesta fue curiosa : «El avión es pequeño y no entran todas las maletas». Nos fuimos con la promesa de que en cuanto llegaran, nos las remitían al hotel.
New York , New York , New York
El trayecto desde el aeropuerto JFK hasta el centro de Manhattan es de aproximadamente 30 minutos a esas horas de la noche. Durante el camino hay un par de peajes que el taxista paga porque ya van incluidos en el precio. Pudimos disfrutar de unas vistas increíbles con todo el skyline de la ciudad iluminado.
El hostel con habitaciones compartidas estaba bien ubicado, muy cerca de Columbus Circle y Central Park. A tiro de piedra del Rockefeller o el Moma. Digo estaba, porque el establecimiento ya no existe como tal.
La primera cena en Nueva York fue una hamburguesa en un restaurante 24 horas. ¿Cuántas llegaremos a comer durante todo el viaje? El propósito de comer sano en este país creo que no va a ser posible.