Estoy en la tienda de los madrugadores, encargados de despertar al resto del grupo. Nos pusimos en marcha para organizar todo y repetir visita a la duna 45. Cuando me estoy lavando los dientes en el baño, David entra y me dice: “Te van a matar…. es una hora menos!!!. Ups, No había cambiado la hora del teléfono. El despertador seguía sonando por la hora española. He nacido un poco despistado…

Como era lo esperado, se negaron a levantarse antes de tiempo, así que aprovechamos el tiempo para lavar los cacharros, recoger la mesa, etc. Cuando el grupo se despertó, ya teníamos todo listo para salir rápido hacia la segunda barrera.

Duna 45, toma 2… acción !!!

Volvimos a entrar en el parque y corrimos todo lo rápido que los coches con su tracción 4×2 podían. El objetivo era tener una buena posición en la duna. A la hora que abren la puerta es imposible llegar de noche como nosotros pensábamos. De hecho, el amanecer iba pegado a nuestros talones durante los kilómetros desde que cruzamos la segunda puerta.

Volvimos a subir la duna, esta vez con la arena casi sin pisar, lo que era mucho más complicado que el día anterior. Nos colocamos en todo lo alto, sentados en la arena, y abrigados porque hacía frío. Reina un silencio general, viendo como la luz gana camino a las sombras y el sol aparece por detrás del horizonte. Es un amanecer en la duna 45 de Sesriem, un lugar donde hay muchas posibilidades de que no vuelva nunca más…

Para poder ver el amanecer completo desde lo alto de la duna, hay que correr mucho con el coche durante los 45 kilómetros que hay desde la entrada del parque. 

El sol sube rápido, y el horizonte pasa de un naranja oscuro a amarillo. Comienza el juego de luces y sombras con las dunas y pequeños montículos que cambian de negro a rojo cobrizo, el color de la arena..

Las dos caras de viajar

Mientras desayunábamos en la base de la duna nos volvimos a encontrar con Matías. Hoy tocaba un vaso de zumo sudafricano y dos galletas por persona. Estuvimos otro animado rato hablando con él y viendo su moto. En el momento de la despedida, nos hicimos una foto para recordar el encuentro y aceptamos su invitación de visitarlo en su casa de Suiza, punto final de su aventura.

Y tras decirle adiós a Mattias, pasamos a tratar con la otra cara del turismo. Se acercaron a nosotros una pareja de españoles que viajaban en un camión con todo Incluido. Dos hombres muy orgullosos de conocerse a sí mismos y una mujer, que intentaba de manera disimulada pero insistente, que nos fijáramos en su plato de huevos revueltos con bacon. Querían saben cosas acerca de Mattias y de paso, presumir de su viaje delante de nosotros. Pero como se suele decir: les salió el tiro por la culata, porque ni les contamos nada de Matías, ni sentíamos envidia de su viaje, más bien nos estaban dando hasta lástima.

Cuando les preguntamos hacia dónde se dirigían, nos respondieron: “Creemos que a montar en quad, pero no sabemos ni cómo ni donde….”. Ahí es donde nos quedó claro que su viaje por Namibia era totalmente artificial, sin ningún tipo de espíritu aventurero real. Pagan 5.000 euros, o incluso más, por viajar en un camión-autobús, viendo todo a través del cristal y dirigidos como simples peones. Pero claro, lo importante es presumir de viaje en septiembre con el resto de compañeros de trabajo…

Una línea imaginaria llamada Capricornio

Volvimos al camping a desmontar las tiendas, llenar los coches de gasolina y salir con dirección a Swakopmund. Un día más como nómadas.

De camino, paramos en el pueblo de Solitaire, creado como asentamiento en los años 50. Está en un lugar estratégico, ya que se encuentra en mitad de la nada (de ahí su nombre) y a mitad de camino entre las dunas de Sossuvlei y la ciudad costera de Walvis Bay.

En Solitarie hay una colección de vehículos antiguos abandonados muy interesante, seguramente han sido rescatados de las pistas durante varios años. Como en medio del desierto no hay humedad ni corrosión, se mantienen en un estado bastante decente salvo por el color ya que el sol ha hecho su trabajo comiendo la pintura.

Durante todo el viaje es algo común parar; estirar las piernas, consultar el mapa y buscar la mejor ruta.

Unos kilómetros después de Solitarie, llegamos al cartel que indica el cruce por la línea imaginaria del Trópico de Capricornio. Como no podía ser de otra manera, paramos los coches y bajamos todos. No es más que una señal y una línea imaginaria, sin embargo lo sentíamos como algo diferencial.

La parte trasera de la señal está totalmente cubierta con pegatinas de todos los rincones del planeta. Cualquier país que uno se pueda imaginar está representado por un colectivo o alguien que ha dejado ahí su sello.

Walvis Bay

Según nos acercamos a la ciudad de Walvis Bay, la mezcla de asfalto/tierra, el aire y las dunas hacen muy difícil mantener el coche recto. Las pistas están destrozadas por tramos, teniendo que ir corrigiendo la posición del volante a cada momento. El viento hace que miles de partículas de arena crucen la pista de un lado a otro, dándole al asfalto un color amarillo bastante curioso.

 Por momentos no sabes si sigues dentro de la senda correcta o te acabas de salir y vas fuera de la pista. Esa conducción incómoda y tensa era otra consecuencia de no llevar un vehículo 4×4 preparado para el terreno. Seguíamos sufriendo el engaño de Europcar. 

Walvis Bay tiene algo de ciudad aunque sea muy pequeña. Su industria es la pesca, siendo su puerto, un lugar histórico y referente de empresas españolas en el procesado de pescado congelado desde antes de los años 70.

Hemos visto los primeros coches de policía y una comisaría desde que empezamos el viaje. Hay edificios de 2 o 3 alturas y muchísimas casas adosadas en primera línea de playa. De hecho, la carretera que une Walvis con Swakopmund (unos 35 kilómetros) está llena de casas, chalets, y complejos pegados al mar, algunos viejos y otros aún en construcción. Tiene toda la apariencia de ser un lugar de segunda residencia vacacional para las personas que se lo puedan permitir.

Hemos pasado de la arena cobriza de Sesriem a la amarillenta de los alrededores de Walvis Bay.
Segundas residencias en las afueras de Walvis Bay, entre el desierto y la playa.

El clima ha cambiado por completo. Hemos pasado del calor desértico al frío de la costa atlántica en apenas 3 horas.

Cape to Cairo, el restaurante fantasma

En cuanto llegamos a Swakopmund, notamos el ambiente de ciudad Europea, aunque sólo sea por herencia germana. Tanto en el diseño de sus construcciones como por el tipo de gente que la habita: rubios, altos y con los ojos claros, un rasgo muy claro de la herencia colonial.

El hotel donde pensábamos ducharnos y dormir en una cama en condiciones, es quizás el mejor complejo hotelero de la ciudad. Se llama Swakopmund Hotel and Entertainment Center. Está edificado sobre la antigua estación de tren, es de estilo alemán e inaugurado por el presidente del país. Tiene dos salas de cine y un Casino, pero ni las vimos ni nos enteramos hasta días después. Nada más llegar, nos recibieron con un zumo de naranja con hielo (que yo evité probar) y mientras en recepción nos hacían el check-in, dos personas del servicio del hotel intentaban sin éxito, meter todas nuestras bolsas en un carro sin que se cayeran al suelo.

Después de días de penurias, nos tocaba descansar una noche en una cama decente y cenar en un restaurante. 

Las habitaciones estaban bien, sin grandes lujos pero cómodas y sobre todo limpias. Después de pasar varias noches de camping, con muchísimo polvo y suciedad, parecía que estábamos en un cuento de hadas.

Como buenos viajeros mochileros, para merendar preparamos unos sándwiches de atún y pan de molde. También teníamos una lata de algo parecido a paté, pero que realmente parecía comida de perro. Después de probarla nos reafirmamos en que era veneno, la tiramos directamente a la basura y el segundo bocadillo lo hicimos de pan con pan.

Sin lugar a dudas, éramos los huéspedes más pobres y lamentables del hotel.
Puede ser la peor comida que he preparado nunca? Puede ser…

Como era el día de reponer fuerzas, bajamos a la ciudad a cenar y buscamos un restaurante llamado Cape to Cairo donde según nuestra búsqueda previa, ofrecían platos con carne de cebra, kudu, oryx etc. Pero por más que buscábamos el sitio, incluso con el número y nombre de la calle, lo único que nos aparecía era un hotel con restaurante. Al preguntar nos dijeron que era allí pero con el nombre cambiado.

¿¿Nos la estarán intentando colar?? Sobre todo porque el menú tenía de todo menos el variado de carnes. Estuvimos dudando un rato y volví a salir a la calle para intentar encontrar el sitio sin éxito. Llegamos a la conclusión de que o el sitio no existía, o realmente era ese con el nombre cambiado. Le pedimos a la camarera filete de Kudu, dando buena cuenta de que se toman las cosas con tranquilidad, esperamos por la cena casi 1 hora.

Durante esa larga espera, mi cuerpo empezó a dar avisos de que algo no iba bien. Me empecé a encontrar mal y tenía más ganas de irme al hotel que de cenar. Cenamos, y después de otra hora para pagar, volvimos al hotel parando antes en una gasolinera para comprar agua. Allí vimos que tenían hornillos de gas a la venta y empezó el debate: ¿hornillo o leña? La votación se resolvió por 4 votos a favor del hornillo (Jorge, Cristian, Ana y Fran ) y 2 en contra (David y yo). Al día siguiente compraríamos el hornillo para cocinar. 

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