Estoy en Madrid, sentado en el suelo de algún lugar de la T4, esperando que el último vuelo que me queda, me lleve a Vigo y por lo tanto a casa.

No tengo muy claro a que hora saldré de aquí, ni tan siquiera si tendré que pasar la noche apoyado en esta misma columna o en un hotel. La compañía aérea lleva más de dos horas retrasando el vuelo y no dan ningún tipo de información al respecto.

La gente que me rodea se pone nerviosa, comienzan a gritar, discuten unos con otros, se forman grupitos y todos creen tener la mejor solución posible al problema. Yo, por mi parte, contemplo la escena desde mi esquina. Inmediatamente me doy cuenta una vez más, de lo mal acostumbrados que estamos y vivimos en este primer mundo. Qué diferente y feliz es la vida (aunque con muchísimos menos recursos) en los países que acabamos de visitar. Apenas hace unas horas que he pisado tierra y ya estoy queriendo volver…

Como estaba previsto, llegamos sin ningún tipo de sobresalto a Londres, incluso algo antes de la hora prevista. No tuvimos problema para facturar nuestras maletas y esperar un rato por el vuelo de Londres – Madrid. Ambos trayectos transcurrieron sin ningún tipo de novedad destacable y fueron bastante tranquilos.

Por norma general, casi siempre suelo regresar en el último vuelo del día. Es una forma de asegurarme tiempo por si tengo algún retraso con los vuelos, problema de última hora, pérdida de maletas, etc.

Con la vista atrás…..

En estas horas he tenido tiempo de pensar y reflexionar acerca de estos 23 días llenos de experiencias y vivencias increíbles. Desde las primeras sensaciones cuando aterrizamos en el aeropuerto de Johannesburgo, a las primeras conducciones por las pistas Namibias, los animales de Etosha, etc…

Pero sobre todo he pensado en la gente….esas personas que viven con tan pocas posibilidades, con una vida dura, caminando kilómetros y kilómetros diariamente para poder tener agua. Viviendo en medio de ninguna parte, sin ningún tipo de atención médica, rodeados de vegetación, de mucho calor en invierno y tanta lluvia en verano….

Y me preguntaba a mi mismo, que serán dentro de unos años aquellos niños a los que les regalamos las camisetas…, los que paramos en el arcén para darles comida…, los niños que se llevaron los juguetes el último día, o el chico al que le regalé mis bermudas..…. La otra pregunta era ¿Cuánto vivirán? Teniendo en cuenta que la esperanza de vida en Botswana es tan sólo de 27-31 años por culpa del maldito VIH.

Queda TODO por hacer en Africa……

Para la creación de esta web, se han usado los contenidos de un blog anterior realizado posterior al viaje (2010). Durante la revisión de los textos he pensado mucho en esos niños, esa gente, 13 años después de nuestro encuentro. Espero regresar a Namibia y Botswana algún día, pero lamentablemente tengo claro que no nos volveremos a ver….

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