Empezamos nuestro primer día bien temprano, en torno a las 6:30. El hombre de la recepción nos engañó anoche cuando preguntamos. A esta hora aún no ha amanecido….
Bajamos a desayunar y la verdad es que no estaba nada mal, un típico desayuno de hotel, o por lo menos algo semejante. Fuimos eligiendo por descarte. ¿El zumo con hielo? No. ¿Fruta ya cortada? Tampoco. Todos menos yo han pedido 2 huevos fritos. He sido el más precavido y he desayunado cereales con leche.
Nos tomamos los riesgos alimenticios muy en serio. Aunque tenemos un buen seguro médico, va a ser un viaje largo y vamos con mucho cuidado con el agua no embotellada, alimentos no cocinados, etc. Todos menos Fran, que no tiene reparo en abrir la boca debajo de la ducha. Dice que somos demasiado precavidos. Veremos quién tiene razón, si él o nosotros.
Tras la compra de provisiones, nos ponemos en marcha hacia la frontera con Namibia. Circulamos por una carretera completamente recta y con un clima casi tan seco como el del día anterior. De camino, nos llama la atención los enormes nidos que forman os pájaros en los postes de la luz. Parece increíble que unos pajarillos tan pequeños lleguen a hacer semejantes nidos, en algunos casos, pesan tanto que terminan cayendo al suelo. Así, entre foto y foto, llegamos al puesto fronterizo con Namibia.
Decenas de postes eléctricos nos acompañan durante el camino. Todos y cada uno de ellos reconvertidos en nidos de auténticas comunidades de pequeños pajárillos.
Los rotuladores mágicos
Las fronteras, cubrir papeles y negociar con policías o militares no tiene secretos para Jorge, David y para mí después del viaje a Mongolia. Pero para el resto es toda una experiencia por primera vez. Entramos a cubrir los papeles de inmigración y sellar los pasaportes en unas oficinas Sudafricanas muy limpias y organizadas.
Hasta ahí todo bien. Pero cuando vamos a pasar el último control, con todo sellado y firmado, delante de la última barrera: ¡control de equipajes! Todos tenemos que bajar de los coches, abrir las maletas y los bolsos. Porque no hay nada mejor para 6 policías aburridos (distanciados a 110 km de cualquier tipo de civilización) que dos coches de turistas extranjeros con varias mochilas y bolsos para registrar.
Empezando por el coche delantero, donde íbamos Cristian, Jorge y yo, el policía aburrido me pide que le enseñe mi bolso. Está muy interesado en la cantidad de papel, bolígrafos y lápices que llevo. Asi que, amparado en mis experiencias pasadas, le ofrezco un rotulador “de regalo”. Desde ese momento se desentiende por completo del bolso y las revisiones. Todo su interés se vuelca en buscar un rotulador negro que pinte bien.
Cuando lo encontró incluso me ayudó a guardar todas mis cosas dentro y cerrar la cremallera del bolso, olvidándose por completo del resto del coche…. Y es que no hay nada mejor que unos buenos rotuladores para “comprar” a los policías de frontera. ¡¡Palabra de viajero!!
Tras pasar el lío fronterizo de Sudáfrica, hicimos un pequeño tramo de carretera y llegamos a la frontera Namibia. Aquí nos encontramos un puesto como los de antaño: roto, viejo y lleno de polvo (como debe de ser una frontera). Rellenamos los papeles y teníamos que pagar 200N$ (Dólares Namibios) por coche, lo cuál nos suponía un problema porque aún no habíamos cambiado moneda, tan sólo teníamos 170 Rands Sudafricanos que no tenían ningún valor.
Jorge y David se fueron con un policía a un «cajero» para intentar sacar dinero, pero después de más de 20 minutos volvieron sin nada. El cajero estaba vacío; lo que por otra parte es normal. ¿Quién va a hacer 200 kilómetros hasta el medio de la nada para meterle dinero a un cajero? Al final, y gracias a un hombre inglés que también estaba en la frontera y nos cambió, pudimos pagar y seguir con nuestro camino. Primer día y primera improvisación, como debe de ser!!!!
Pistas de tierra y grava
Después de cruzar la frontera, llegó lo realmente bueno del viaje: pistas de tierra y grava donde la conducción es muchísimo más divertida. Ideal para poner a prueba nuestros 4×4 alquilados. Pasamos por varios pueblos de 4 o 5 casas en medio de la árida soledad. Llegamos a una zona con un enorme peñón de rocas al otro lado de una verja y una vía de tren. Paramos los coches, saltamos la verja y cruzamos la vía. En 10 minutos estábamos en lo alto de las rocas desde donde la vista es espectacular.
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Mientras el resto del grupo se tomaba el descenso con más calma, David y yo bajamos y probamos las bondades de los 4×4 que habíamos alquilado por las pistas de cercanas al peñón. Pero el juego se terminó pronto, cuando el coche que conducía yo sufrió un pequeño corrimiento de material y la mesa, esterillas, etc, acabaron todas revueltas y mezcladas en la parte trasera.
De camino a nuestro primer camping, nos cruzamos con los primeros animales del viaje, varios grupos de avestruces, a ambos lados de la pista e incluso algunas cruzando a todo correr asustadas al vernos aparecer con los coches.
El hornillo invisible
Estos dos primeros días, nos quedamos en un hotel/lodge con camping, cercano al Parque Nacional. No había mucha oferta dónde escoger, pero la ubicación es bastante buena y el precio se ajusta a nuestro presupuesto. Canyon Road House ofrece habitaciones y la zona externa de camping. Complementan con bastantes actividades, tours, etc. Pero nosotros lo utilizamos únicamente para pasar las noches.
Entramos en la recepción, un local grande con muchísima decoración a modo de coches antiguos, reliquias de madera, incluso algún camión entre las mesas de la cafetería y restaurante.
Nos ubicamos en nuestra parcela. Es grande, con los baños y las duchas bastante cerca. Después de montar las tiendas y organizar un poco los coches (tarea que nos tocará a diario), nos quisimos dar un pequeño chapuzón en una piscina circular que teníamos cerca de nuestra parcela. No sin antes asegurarnos de que tuviera más cloro que litros de agua, habíamos leído tantas cosas sobre África antes de viajes que todo nos parecía un peligro para la salud.
Pero el problema quedo resuelto rápido, ya que la temperatura del agua rondaba 12ºC, como muchísimo. Por lo que no había quién metiera algo más que un pie dentro, tan sólo Fran tuvo el coraje de meterse entero.
Los días empiezan a las 6:00h y terminan a las 17:30h (cuando se hace de noche). Como después de esa hora ya no hay mucho más que hacer, nos sentamos en la terraza del bar a beber algo y probar una cerveza Namibia (nada del otro mundo). Para estas horas muertas, nos hemos traído un par de juegos de mesa versión reducida.
A eso de las 22:00h volvimos a las tiendas con la intención de hacer la cena. Colocamos todo en su sitio, preparamos las cosas y abrimos la caja del hornillo y… ¡la caja estaba vacía! Nos habían vendido sólo la caja.
Así no podíamos cocinar lo poco que teníamos: pasta y dos botes de tomate. Teniendo en cuenta que nuestra comida había sido un bocadillo de pan de molde con mortadela y queso; se podía decir que empezábamos el viaje pasando hambre..
Intentamos jugárnosla y Jorge fue a preguntarle al cocinero del bar/restaurante si nos podía dejar la cocina o cocernos la pasta para poder cenar. Al final, el hombre nos vio cara de pena y se apiadó de nosotros. Gracias a él, logramos cenar, aunque la cantidad que preparó fuera muy poca para cada uno.