Hemos pasado una noche bastante fría, las temperaturas nada tienen que ver con las del sur con el desierto. Ha sido frio porque el saco de dormir comprado en el Lidl esta vez no ha servido prácticamente para nada. La idea es seguir conduciendo hacia el norte, para en la ciudad de Rundu, y llegar hasta Mahangu.
Grootfontein
Es parada obligada la visita al pueblo de Grootfontein. En algunos momentos nos da la impresión de viajar a la Europa de los años 20 o 30, con edificios clásicos de varias alturas, así como un diseño urbano dónde una avenida principal concentra todas las tiendas y comercios. Pero a medida que te vas alejando de esa avenida, las viviendas van perdiendo cuidado y diseño
Mientras curioseábamos por la ciudad, se nos acercó un niño con un pequeño cesto de mimbre, pidiendo dinero. Nos miramos todos sabiendo lo que pensábamos acerca de la situación. Metí la mano en el bolsillo y puse en el cesto todas las monedas que tenía. Aparte de eso, le regalé algunos muñecos que me había traído justo para algún momento como este.
Intentamos repartir todo lo que podemos, aunque a veces son demasiados y no tenemos para todos.
Paseando por la ciudad encontramos una señal que indicaba el cementerio. Es un descampado, donde un grupo de lápidas y tumbas se agolpan en un pequeño trozo de terreno. Su conservación no es muy buena. Las que pueden presumir de tener mármol, están rotas o caídas. Comprobamos con tristeza, como la mayoría pertenecen a niños, algunos con tan sólo días de vida. La mortalidad infantil en esta región es muy alta…
De repente un meteorito
Y este es uno de los puntos marcados en rojo en nuestro viaje: Visitar el meteorito más grande que se conserva en La Tierra a día de hoy.
Se encuentra algo lejos de la ciudad, hay que dejar atras la carretera principal y circular unos 20km por una pista hasta llegar al recinto. Como siempre en este país, una pareja de conserjes se encargan de cobrar las entradas, administrar y mantener el recinto. También es el lugar donde viven.
Amablemente nos explicaron en la entrada, que el meteorito cayó en La Tierra hace unos 80.000 años. Está compuesto por varios metales, pero un 80 por ciento es hierro, y el otro 20 por ciento otros componentes. Hemos podido comprobar como tiene varias muescas que dejan ver los cortes que le han hecho para llevarse algún trozo a modo de souvenir.
Se puede ver como al meteorito le faltan algunos pedazos arrancados a golpe de martillo.
Han comprobado que la roca tiene otros 8 metros de profundidad enterrados.
Los poblados
Nuestro camino hasta Rundu, sin saberlo, iba a ser el más impresionante de todo el viaje…
La carretera norte de Namibia acaba en la frontera con Angola. Pero nosotros vamos a parar en la ciudad de Rundu. De repente, empezamos a ver pequeños pueblos cerca de la carretera y mucha, mucha gente haciendo sus labores cotidianas. No podríamos cuantificar el número de personas que nos hacen señales para que paremos: Gente con la palma de la mano abierta, pidiendo de comer, niños saludando y muchas otras haciendo auto-stop.
En apenas media hora, habíamos pasado de viajar completamente solos a tener que ir casi parados, porque las personas aparecían y cruzaban la carretera en cualquier momento.
Las construcciones son básicamente troncos de madera con un tejado de paja que los cubre. En general, los poblados tienen un perímetro de protección bastante grande, en forma circular. En el centrosuelen estar las viviendas. Muy rara vez, algunas viviendas o cabañas se encuentran repartidas por el terreno contiguo, fuera del perímetro.
Como somos curiosos, nos fijamos en los pequeños detalles. Por ejemplo, vemos que en algunos pueblos donde hay animales, han fabricado un cercado circular alrededor de un árbol. Allí dentro meten el ganado por las noches; durante el día lo aprovechan también para que el propio árbol ofrezca sombra a los animales.
Son tan numerosos los poblados habitados como los que se encuentran abandonados y apenas tienen casas en pie..
Pero sin duda, lo que más nos llamó la atención fueron los niños. En muchos casos no aparentan tener ni ocho años. Los vemos caminar siempre en parejas con otro niño o joven no mucho más mayor, cargando con garrafas de agua de cincolitros. El color es marrón oscuro casi chocolate, y suponemos que las distancias al pozo más cercano serán kilométricas.
Con tanta gente de manera inesperada, teníamos claro que íbamos a parar en un poblado e intentar hablar con sus gentes, si es que nos entendíamos. Buscamos uno que estuviera cerca de la carretera, no nos costó mucho encontrarlo. Aparcamos los coches y de repente comenzaron a salir mujeres y niños de todos los rincones posibles. Sin apenas darnos cuenta, estábamos completamente rodeados.
El misterio de los colegios
En una zona de carretera completamente recta durante muchos kilómetros, cientos de niños de diferentes edades caminaban por los arcenes. Eran tantos, que a lo lejos solo se veían sombras borrosas. Varios minutos después, encontramos la razón de tanta gente en los arcenes, un colegio
Fran, Ana y Jorge entraron en el colegio para preguntar si podíamos visitarlo. Tan pronto como cruzaron la puerta y caminaban por el inmenso patio, muchisimos niños de todas las edades les perseguían, rodeaban, gritaban, pidiéndoles lápices y comida.
Cuando nos dieron permiso, apagamos los coches y entramos todos a ver las instalaciones. La verdad es que nos sorprendieron para bien, a pesar de los escasos recursos, tienen todo muy organizado. Unas grandes cartulinas decoran todas las paredes con frases o letras en inglés. Un texto con la oración del Padrenuestro nos muestra que es un colegio cristiano.
Amablemente, una profesora nos hace de guía. Nos cuenta de que están con los exámenes finales para después dar vacaciones durante tan sólo 2 semanas. Las clases vuelven los primeros días del mes de Septiembre. También nos comenta que en ese colegio hay aproximadamente unos 500 alumnos, que los alumnos viven en una distancia de entre 5 y 10 kilómetros a la redonda. Para el grupo de alumnos de este colegio, son solamente 15 profesoras…
Nos despedimos del colegio, los chicos y sus profesoras dejándoles una buena bolsa de lápices, pinturas, bolígrafos, etc. Creímos que era mejor que los administrase ella de la manera más equitativa a repartirlos nosotros en el patio.
Me resulta muy curioso ver cómo estos niños que viven en poblados sin apenas recursos, tienen muchos el uniforme del colegio con pantalón, camisa y zapatos a juego. En la mayoría de los casos en muy buen estado de conservación. Quizás se lo ofrezca el gobierno a través del colegio, porque resulta un poco extraño imaginar que unos padres le puedan pagar a su hijo la ropa escolar, cuando por desgracia vemos que la vida en los poblados es de supervivencia total.
Las dos aulas que pudimos ver durante la visita. La verdad es que no nos esperábamos nada así viendo el entorno.
Rundu, miradas peligrosas
Hasta que llegamos a Rundu, a cada poco nos íbamos encontrando más poblados, más gente en la carretera y un colegio para cada pequeña comunidad. Eso sí, cuanto más al norte nos dirigíamos, más pobres se veían los recursos e instalaciones.
La entrada a Rundu nos invita a ser cautos, extremar las precauciones para no tener ningún tipo de sorpresa no deseada. Las zonas externas a la ciudad son lo más necesitado que hemos visto en todo el viaje: Casas de chapa medio caídas, coches viejos que casi ni se mantienen en pie, gente caminando desnuda, etc, etc .
Paramos en la primera gasolinera que encontramos. A nuestro lado, una furgoneta con más de veinte personas en la parte trasera nos miraban fijamente. Me hacían sentirme muy observado e incómodo. No es la primera vez que somos los “diferentes”, incluso en días anteriores o en otros viajes se han acercado a nosotros con curiosidad a intentar hablar o simplemente mirar. Pero esta vez es distinto, esta vez siento que me están inspeccionando de arriba abajo, que soy un blanco fácil, nunca mejor dicho…
El hombre de la gasolinera, el pobre no sabía casi contar. Después de anotarse en la mano el importe de los dos coches, le preguntó a un compañero cuanto era lo que tenía que cobrarnos. Le preguntamos hacia donde estaba el centro de la ciudad, y con las puertas de los coches bien cerradas, buscamos un banco para poder cambiar algo de dinero.
Quizás pecamos de valientes. Sin pensarlo mucho entramos con los coches en uno de los barrios de la ciudad. Queríamos ver en primera persona cómo es la vida en la ciudad, y aunque mucha gente nos sonríe o saluda, a buena parte de la población no le hace gracia ver a 6 blancos cotilleando delante de sus casas. Nos lo hacen saber con caras serias y palabras que no entendemos. Para evitar más que probables e inesperados problemas, salimos cuanto antes de esa zona y volvimos a la carretera para salir de la ciudad.
Una mujer delante de su tienda en una de las calles más pobladas de Rundu.
Ruidos nocturnos
Las últimas horas que tuvimos luz solar, pudimos seguir viendo una gran cantidad de poblados, animales sueltos y gente a ambos lados de la carretera. En cuanto se hizo de noche, entramos en la franja de Caprivi, la zona estrecha donde Namibia discurre entre Angola y Botswana. Decenas de pequeñas hogueras iluminaban las zonas boscosas y enseñaban donde se encuentran las casas y poblados.
Llegamos al camping cerca de las nueve de la noche, bastante tarde para las costumbres locales, pero al contrario que los días pasados, nadie nos esperaba e incluso parecía que ya no contaban con nosotros.
El hombre en la recepción tuvo que llamar por teléfono para preguntar por nuestra reserva. Tras confirmarla varias veces, otra persona nos guió hasta la zona que nos habían asignado para montar la tiendas. La impresión de que no contaban con nosotros, fue confirmada cuando nos ubicaron en la última esquina del recinto, sin luz, ni agua y con los servicios atravesando una zona de árboles completamente a oscuras.
La humedad la cantidad de mosquitos que tenemos (por primera vez en todo el viaje), nos hacen creen que el río Okavango debería estar bastante cerca. Después de montar las tiendas y escuchar unos sonidos un tanto extraños, encontramos un cartel clavado en un árbol: Precaución, hipopótamos sueltos por la noche.
Nos metimos en las tiendas, y el ruido de los hipopótamos empezó a sonar más y más cerca, con lo que suponemos que el río no puede estar muy lejos de nuestra ubicación.
La noche promete…